Comentario
Primer reencuentro que tuvo Cortés con los de Tlaxcallan
Como tardaban los mensajeros, partió Cortés de Zaclotan sin otra inteligencia de Tlaxcallan. No anduvo mucho nuestro campo después que salió de aquel lugar, cuando a la salida del valle por donde iba, tropezó con una gran cerca de piedra seca, y de estado y medio de alta, y de veinte pies de ancha, y con un pretil de dos palmos por toda ella para pelear por encima, la cual atravesaba todo aquel valle de una sierra a la otra, y no tenía más que una sola entrada de diez pasos, y en ella doblaba una de las cercas sobre la otra a manera de rebellín, por trecho y estrecho de cuarenta pasos; de suerte que era fuerte, y mala de pasar habiendo quien la defendiese. Preguntando Cortés la causa de estar allí aquella cerca, y quién la había hecho, le dijo Iztacmixtlitan, que le acompañó hasta ella, que estaba para atajar, como mojón, sus tierras de las de Tlaxcallan, y que sus antecesores la habían hecho para impedir la entrada a los tlaxcaltecas en tiempo de guerra, que venían a robarlos y matarlos por amigos y vasallos de Moctezuma. Grandeza les pareció a nuestros españoles aquella pared allí tan costosa y fanfarrona, mas inútil y superflua, pues había cerca otros pasos para llegar al lugar, rodeando un poco; pero no dejaron con todo eso de sospechar que los de Tlaxcallan debían de ser bravos y valientes guerreros, pues tales amparos les ponían delante. Como el ejército se paró para mirar aquella magnífica obra, pensó Iztacmixtlitan que retrocedían y temían de ir adelante, y dijo y rogó al capitán que no fuese por allí, pues era su amigo e iba a ver a su señor, ni intentase atravesar por tierra de los de Tlaxcallan, que por ventura, por quedar su amigo, le harían algún daño y le serían malos, como con otros solían y que él le guiaría y llevaría siempre por tierra de Moctezuma, donde sería bien recibido y provisto, hasta llegar a México. Mamexi y los demás de Cempoallan le decían que tomase su consejo, y de ninguna manera fuese por donde Iztacmixtlitan le quería encaminar, que era por desviarle de la amistad de aquella provincia, cuya gente era honrada, buena y valiente, y no quería que se juntase con él para contra Moctezuma, y que no le creyese; que los suyos y él eran unos malos, traidores y falsos, y le meterían donde no pudiese salir, y allí los matarían y comerían. Cortés estuvo suspenso un rato con lo que unos y otros le decían; pero a la postre se arrimó al consejo de Mamexi, porque tenía más concepto de los de Cempoallan y aliados que no de los otros, y por no mostrar miedo; y así, prosiguió el camino de Tlaxcallan, que comenzó. Se despidió de Iztacmixtlitan, tomó de él trescientos soldados, y entró por aquella puerta de la cerca, y luego con mucho orden y buen recaudo en todo, caminó, llevando a punto los tiros, y siempre yendo él de los primeros que se adelantaban media y hasta una legua a descubrir el campo, por si hubiese algo, volver con tiempo a concertar su gente y a escoger buen lugar para batalla o para campamento; así que, andadas más de tres leguas desde la cerca, mandó decir a la infantería que caminase de prisa, pues era tarde, y él se fue con los de a caballo casi una legua adelante, donde en encumbrando una cuesta, dieron los dos de a caballo que iban delanteros con unos quince hombres con espadas y rodelas, y con unos penachos que acostumbran llevar en la guerra; los cuales eran escuchas, y cuando vieron a los de a caballo, echaron a huir de miedo o por dar aviso. Llegó Cortés entonces con otros tres compañeros a caballo, y por más que voceó e hizo senas, no quisieron esperar; y porque no se les fuesen sin tomar lengua, corrió tras ellos con seis caballos, y los alcanzó cuando estaban juntos y arremolinados con determinación de morir antes que rendirse; y señalándolos que se estuviesen quietos, se juntó a ellos, pensando tomarlos a manos y con vida; pero ellos sólo procuraron esgrimir, y así hubieron de pelear con ellos. Se defendieron tan bien un rato de los seis, que hirieron a dos de ellos, y les mataron dos caballos de dos cuchilladas, y según algunos que lo vieron, cortaron a cercén de un golpe cada pescuezo con riendas y todo. En esto llegaron otros cuatro de a caballo, y luego los demás, con uno de los cuales envió Cortés a llamar corriendo la infantería, porque llegaban ya muy bien cinco mil indios en un ordenado escuadrón, a socorrer y remediar a los suyos, pues los habían visto pelear; mas llegaron tarde para ello, porque ya habían muerto todos y alanceados, con enojo de que hubiesen matado aquellos dos caballos y no se quisieran rendir. Todavía pelearon con los de a caballo, de muy gentil ánimo y denuedo, hasta que vieron cerca los peones y artillería y el otro cuerpo del ejército contrario, y entonces se retiraron, dejando el campo a los nuestros. Los de a caballo salían y entraban en los enemigos, arremetiendo a su gusto por más que eran, sin recibir daño, y mataron hasta setenta de ellos. Así que se fueron, enviaron a nuestro ejército a decir al capitán con dos de los mensajeros que allí tenían hace días, y con otros suyos, que los de Tlaxcallan decían que ellos no sabían lo que habían hecho aquéllos, que eran de otras comunidades y sin su licencia; pero que lo sentían, y que pagarían los caballos por ser en su tierra, y se fuesen muy enhorabuena a su pueblo, que se alegrarían de acogerlos y ser sus amigos, porque les parecían hombres valientes. Todo era recado falso. Cortés se lo creyó, y les agradeció su buen comedimiento y voluntad, diciendo que iría, como ellos querían, a ser su amigo, y que no tenían necesidad de pagar por sus caballos, porque pronto le vendrían muchos más. Mas Dios sabe cuánto lo sentían por la falta que le hacían, y de que supiesen los indios que los caballos morían y se podían matar. Pasó Cortés casi una legua más adelante de donde fue la muerte de los caballos, aunque era casi puesta de Sol, y venía su gente cansada de haber caminado mucho aquel día, por poner su campamento en lugar fuerte y de agua; y así, lo asentó junto a un arroyo, donde estuvo toda la noche con miedo y con recado de centinelas a pie y a caballo, mas ningún sobresalto le dieron los enemigos; y así, pudieron Los suyos reposar más descansados de lo que pensaban.